domingo, 11 de mayo de 2014

Relato de vecinos



Una de las razones por las que Gaby decidió quedarse en el departamento en que vive ahora, además de lo accesible de la zona, fue la ventana que estaba en la habitación. La vista desde ella era sublime, se podía ver  gran parte del centro histórico de la ciudad y resaltaba, imponente, el cerro de la Bufa.

Cuando se mudó, antes que nada,  puso su escritorio de estudio a un lado de esa ventana. Desde ahí podía disfrutar de aquella hermosa vista.

Desafortunadamente a los pocos meses de vivir ahí se construyó una casa de tres pisos que bloqueó la vista que tanto agradaba a Gaby. Ella observó, desde el inicio de las obras, cómo la construcción iba creciendo y cómo ésta le negaba observar la ciudad mientras estudiaba.

Cuando la casa estuvo terminada llegaron sus nuevos vecinos. Los vio a través de la ventana por primera vez; una pareja, ambos bastante mayores. Gaby no se preocupó por ir a saludarlos o socializar con ellos. En general no le agradaba tener que convivir con sus vecinos.

A pesar de su falta de interés, no podía evitar verlos a través de la ventana mientras leía algunas notas de clase o algún libro. Esto se hubiera solucionado moviendo su escritorio, pero Gaby se negaba a hacerlo argumentándose que no podía ponerlo en otro lugar. La verdad es que para ella dejarlo ahí era una revancha contra sus vecinos por arrebatarle aquel paisaje.

Un día, al sentarse a preparar un examen notó a través de su ventana a aquel hombre mayor, sentado en una silla, abstraído con la imagen que le ofrecía un espejo en la puerta de un ropero justo frente a él. A Gaby le inquieto aquel gesto, nunca había visto a nadie tan concentrado. Entonces Gaby observó cómo aquella concentración se convirtió en enojo, y cómo aquel tipo rompía el espejo de una patada con su pie descalzo. Ese repentino acto la asusto; pero no tanto como la pierna ensangrentada de su vecino, y cómo esta llenaba de sangre el piso. Instintivamente, Gaby tomó su celular y pidió una ambulancia. A los pocos minutos, vio el alboroto que se armó afuera cuando la ambulancia se llevó a su vecino casi desangrado.

Después de aquel día le intrigaba mucho el Don, como ahora se refería a él. A las dos semanas el señor regresó del hospital y permaneció prácticamente en cama por otras dos. Ahora Gaby le ponía mucha atención. Notó que su andar era muy lento y que sus manos tenían cierto temblor. Eso lo había visto antes en el abuelo de una amiga, decían que tenía mal de Parkinson; quizás su vecino sufría de lo mismo. Desde su ventana Gaby vigilaba durante un par de horas al día al señor, veía que su esposa se esmeraba en atenderlo, pero que casi no platicaban. Él casi siempre se veía triste y melancólico, excepto cuando lo visitaba un par de muchachos que probablemente eran sus nietos. Aquellos muchachos reían mucho y causaban algunas sonrisas en él, pero sus visitas eran esporádicas.

Gaby consideró interesantes algunas actitudes del Don. La que más llamaba su atención era que todos los días a las ocho de la noche rezaba el rosario. Para Gaby era sorprendente, ella incluso a veces se olvidaba de la existencia de Dios.

Así fue como Gaby convivió con su vecino, sin que este lo supiera, por cerca de un año. Hasta que un día, antes de las siete y media, su vecino murió. Ella fue la única que vio cuando ocurrió, él estaba sentado en la cama y, de pronto, cayó hasta el piso. Su esposa entró en seguida a ver qué pasaba. Lo encontró muerto. Gaby lo supo al ver el gesto de tristeza de la señora. Vio cómo su vecina hizo algunas llamadas y pensó que debía hacer algo. Ya decidida salió de casa, fue con su vecina y, sin decir nada, entró hasta la habitación del viejo. Se acercó hasta el tocador, tomó un rosario y comenzó a rezar, justo cuando el reloj marcaba las ocho, como siempre lo había hecho el Don.

No hay comentarios :

Publicar un comentario